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El Neoclasicismo literario al descubierto: La herencia de la antigüedad

El neoclasicismo literario presenta una postura completamente opuesta a la época anterior, rescatando los modelos clásicos de la antigua Grecia y Roma. En este sentido, la armonía y el equilibrio formal vuelven a ser concepciones estéticas altamente valoradas tanto en la pintura como en la arquitectura.

La literatura del neoclasicismo se manifiesta mediante un retorno a las preceptivas y poéticas que dictan la forma adecuada de escribir. Además, se observa un marcado propósito didáctico y educativo en las obras producidas, lo cual es resultado de la influencia de las ideas ilustradas.

El periodo neoclásico abarca desde la segunda mitad del siglo XVII hasta finales del siglo XVIII. El término “neoclasicismo” se utiliza para describir el movimiento artístico que busca revivir los ideales del mundo clásico griego y romano. La literatura neoclásica, asimismo, se ve influenciada por las ideas promovidas por los filósofos de la ilustración.

Francia desempeña un papel fundamental como centro neurálgico donde la Ilustración y el llamado “Siglo de las Luces” (siglo XVIII) encuentran su origen. Este período marca un contraste con la oscuridad asociada a las centurias anteriores, particularmente con las elaboradas ideas del Barroco. Las corrientes de pensamiento ilustrado, representadas por filósofos franceses como Voltaire, Rousseau y Montesquieu, junto con el empirismo filosófico encarnado principalmente por los ingleses John Locke y David Hume, impulsan avances significativos en la técnica, la ciencia y la política. Estos cambios radicales incluyen la revolución de las colonias en Estados Unidos (la independencia de Estados Unidos) y el inicio de la Revolución Industrial.

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La Ilustración - Siglo de las Luces

Durante el reinado de Luis XIV, Francia adquirió una posición de gran relevancia y se convirtió en la potencia dominante en Europa durante la segunda mitad del siglo XVII. El monarca francés personificaba el absolutismo y fue apodado el “Rey Sol”. Bajo su gobierno, las artes y las letras florecieron, continuando la herencia clásica de la antigüedad que había sido establecida en Europa durante el Renacimiento. En este contexto, el idioma francés se impuso como una lengua universal de la cultura en el mundo moderno, de manera similar a cómo el griego había sido en el mundo antiguo.

Culturalmente, el siglo XVIII abarca desde la muerte de Luis XIV en 1715 hasta el estallido de la Revolución Francesa en 1789, y se conoce como la Ilustración o el Siglo de las Luces. Este movimiento surge a raíz de las transformaciones ideológicas que tuvieron lugar durante el Renacimiento, así como de las revoluciones políticas y económicas ocurridas en Inglaterra en los siglos XVII y XVIII. Las ideas liberales surgieron de estas circunstancias y se arraigaron con fuerza en Francia, para luego extenderse por toda Europa y América.

En el siglo XVIII, los pensadores ingleses eran reconocidos en todo el continente europeo y las instituciones políticas creadas por ellos servían de modelo. Durante su estancia en Gran Bretaña, filósofos como Voltaire (Françoise Marie Arouet, 1694-1778) y Montesquieu (Carlos de Secondat, 1689-1755) se vieron influenciados por las ideas de libertad que posteriormente transmitieron al pueblo francés. Mientras el poder real en Francia comenzaba a declinar, en Inglaterra las clases emprendedoras se preparaban para asumir el control del gobierno a través de un parlamento liberal y una monarquía no absolutista.

El hombre ilustrado, conocido como “hombre de la Ilustración”, se desarrolló de manera definitiva en Francia, aunque no debemos olvidar que ya habían surgido destacados innovadores bajo la bandera inglesa. Figuras como John Locke (1632-1704), David Berkeley (1685-1753), David Hume (1711-1776) y Adam Smith (1723-1790) difundieron ideas revolucionarias que tuvieron una influencia significativa en la Ilustración francesa. Especialmente, John Locke sentó las bases de los principios generales del liberalismo político del siglo XVIII a través de obras como “Dos tratados sobre el gobierno civil” y “Ensayo sobre el entendimiento humano“. Estas obras establecieron la ideología que caracterizó al llamado Siglo de las Luces y que alcanzó su punto culminante en la Revolución Francesa.

En el ámbito social, la Ilustración propuso la igualdad de derechos y obligaciones, la libertad religiosa y política, el desarrollo industrial, nuevas prácticas agrícolas, el libre comercio y, sobre todo, la transformación de la monarquía absolutista en una monarquía constitucional y parlamentaria. Entre los principales representantes de la Ilustración se encuentran figuras históricamente destacadas como Montesquieu, Voltaire y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), quienes también participaron en la obra escrita más influyente del siglo XVIII en Francia, conocida como la Enciclopedia.

Esta monumental obra tuvo un impacto cultural de gran trascendencia en su época y se titula “Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios“. Inicialmente, fue concebida como una simple traducción de la famosa enciclopedia inglesa organizada por David Chambers. Sin embargo, cuando Denis Diderot asumió la responsabilidad del proyecto, le imprimió un enfoque más audaz y ambicioso, abandonando la idea original y llevando a cabo una obra monumental de gran originalidad.

Características generales del neoclasicismo literario

El neoclasicismo literario emergió en el siglo XVIII como la respuesta artística a los principios sistemáticos y racionalistas establecidos por la Ilustración. Este movimiento espiritual, literario y cultural buscaba recuperar el gusto y los principios del clasicismo.

El periodo anterior al neoclasicismo, conocido como el barroco, había llegado a extremos tan excesivos que fue rechazado por la estética del Siglo de las Luces. Ante la desbordante pasión, se volvió a las reglas formales que habían sido establecidas durante la época greco-romana.

No obstante, es importante tener en cuenta que mientras en casi toda Europa se seguían los postulados barrocos, Francia experimentaba un fenómeno cultural distinto. En el siglo XVII francés, resurgieron el espíritu clásico y renacentista, evidente en dramaturgos como Pierre Corneille (1606-1684), Jean Racine (1639-1699) y Jean Baptiste Poquelin (Molière) (1622-1673), así como en fabulistas como Jean de la Fontaine (1621-1695) y en teóricos como Nicolas Boileau (1636-1711). Estos autores ofrecieron los primeros testimonios de las formas neoclásicas.

El neoclasicismo sostenía que el arte debía ser una síntesis totalizadora de lo bello y lo útil. De esta manera, la vertiente didáctica de este movimiento se reflejaba en la fusión entre lo estético y lo pragmático, en aras del progreso y la elevación moral y espiritual del ser humano.

La razón se convirtió en el objetivo estético primordial. La norma y el orden se volvieron indispensables en la creación literaria, que adoptó formas aparentemente sencillas y naturales. El estilo neoclásico se caracterizó por su búsqueda de corrección estricta y por la adhesión a disposiciones normativas en cuanto a las formas de escritura. Las unidades aristotélicas cobraron vida nuevamente en los escenarios franceses y posteriormente influyeron en las estructuras dramáticas de toda Europa.

De este modo, el espíritu del siglo XVIII rechazó las complicaciones del barroco en busca de nuevos cánones opuestos. La rigidez, la frialdad, la simetría y la imitación fueron los principios fundamentales del arte neoclásico.

Si bien Italia inició el humanismo y el Renacimiento, y España mantuvo el barroco, ahora fueron los franceses los pioneros en reaccionar contra las formas barrocas que, en realidad, habían tenido una existencia precaria y efímera en Francia.

Entre los destacados escritores de la literatura neoclásica franceses se encontraban los tres grandes ilustrados: Voltaire, Montesquieu y Rousseau. Sin embargo, también es necesario recordar a Pierre Bayle (1647-1706), Denis Diderot (1713-1784), George Louis Lecler (1707-1788) y Chamblain de Marivaux (1688-1763), entre otros.

En Inglaterra, la novela de aventuras de corte neoclásico tuvo numerosos adeptos, como Daniel Defoe (1660-1731), Jonathan Swift (1667-1745), Samuel Richardson (1689-1761) y Henry Fielding (1707-1754). En el ámbito poético, se destacaron principalmente John Dryden (1631-1700) y Alexander Pope (1688-1744).

Dado que el período mantenía como objetivo estético una clara orientación didáctica, es lógico que la literatura del neoclasicismo se nutriera de los últimos descubrimientos científicos, las nuevas teorías científicas y los postulados de la nueva ideología ilustrada. El arte estaba al servicio de la razón, ofreciendo una estética normativa, intelectual y objetiva que desplazaba las emociones sentimentales. La libertad sentimental se percibía como una forma primitiva de creación que se apartaba de las normas ilustradas del ser humano pensante. No obstante, en lugar de aportar genialidad a la cultura universal, el neoclasicismo produjo ingenio. No logró alcanzar la originalidad de un nuevo arte, sino que se conformó con imitaciones bastante precisas de los antiguos modelos griegos.

El teatro en el neoclasicismo literario

En 1634, se estableció la Academia Francesa bajo la inspiración de las antiguas academias platónicas. Siguiendo el modelo de Platón, quien enseñaba sus teorías filosóficas a un grupo de interesados conocidos como académicos, la Academia Francesa se convirtió en una institución estatal que regulaba las actividades artísticas y literarias. De este modo, lo oficial ejercía influencia sobre lo cultural y determinaba las formas de expresión estética basadas en la tradición clásica.

Uno de los principales tratadistas encargados de establecer las reglas que guiaron la vida literaria fue Nicolas Boileau, quien en su obra “Art poétique” defendió que la creación estética debía tener una finalidad educativa, buscando principalmente la verdad y la razón. En este sentido, la belleza se sustentaba en la verdad. Así, las obras del neoclasicismo literario adquirieron un carácter moral, la poesía se inclinó hacia la fábula y el teatro produjo dramas que censuraban los defectos humanos.

El teatro neoclásico aplicó estos conceptos a la tragedia, manteniendo los principios de la antigua Grecia y Roma. Se adoptaron las preceptivas de Aristóteles y Horacio como fundamentos culturales, llegando a la conclusión de que las obras dramáticas debían seguir tres unidades estéticas para lograr una mayor cohesión de estilo. Estas unidades se referían a la unidad de acción, unidad de lugar y unidad de tiempo. Las tragedias se estructuraban en torno a un tema principal como base dramática, con un solo escenario y dentro de un límite temporal de veinticuatro horas.

Se creía que los cambios de escenario y una duración prolongada de la acción afectaban negativamente la ilusión dramática. El teatro debía mantenerse en un plano racional y verosímil para que la lección moral fuera comprensible.

Además de adherirse a los principios mencionados, la tragedia neoclásica eliminó el coro, otorgó una alta posición social a los personajes, logró una gran nobleza en el verso y mantuvo una uniformidad de tono al no admitir elementos cómicos. Como se puede apreciar, sus planteamientos difieren del teatro inglés y de la comedia española de la época.

La tragedia neoclásica francesa tuvo su origen con Pierre Corneille, quien incorporó aspectos de la vida romana en sus obras teatrales. En ocasiones, también se inspiró en temas previamente tratados por el teatro español, y alcanzó su mayor éxito con el drama “El Cid“. Sin embargo, la cumbre del teatro neoclásico llegó con la presencia de Jean Racine. Su obra se basó en un profundo conocimiento de la psicología humana, y los personajes que utilizó como motivos dramáticos provenían de la tradición grecolatina, como Ifigenia, Británico y Fedra, a quienes dotó de un temperamento extraordinario.

En cuanto a la comedia neoclásica, el destacado dramaturgo de la época fue Jean Baptiste Poquelin (Molière), quien criticó la sociedad y las costumbres de su tiempo a través de obras como “El avaro“, “El médico a palos“, “Las preciosas ridículas“, “El Tartufo” y “El burgués gentilhombre“.

El teatro francés alcanzó tal esplendor que su fama se extendió a otros países europeos, donde se rindió homenaje a los dramaturgos mencionados anteriormente y se crearon obras siguiendo los principios neoclásicos durante el siglo XVIII.

En España, por ejemplo, Agustín de Montiano escribió “Virginia“, Nicolás Fernández de Moratín creó “Homesinda“, Vicente García de la Huerta estrenó “Raquel“, y Leandro Fernández de Moratín satirizó las costumbres en “El sí de las niñas“. En Italia, Vittorio Alfieri se convirtió en el dramaturgo más destacado del siglo XVIII al abordar temas históricos y clásicos como Felipe II, Antígona y Agamenón, donde se puede percibir la influencia francesa, aunque en realidad su tratamiento dramatúrgico ya anunciaba el sentimiento romántico. En Inglaterra, las repercusiones de los planteamientos de la literatura del neoclasicismo se reflejaron en la obra de John Dryden, quien creó obras que mostraban influencias francesas, como “La conquista de Granada” y “Todo por amor“.

Literatura del neoclasicismo

Grandes autores de la literatura neoclásica francesa

Entre 1600 y 1650 en Francia, como en el resto de Europa, se manifestaron tendencias barrocas, como prolongación de la estética renacentista. Sin embargo, el Barroco en Francia nunca fue bien visto, se le consideraba un tipo de arte vulgar e inferior, tan es así, que 30 años más tarde, los defensores del clasicismo, abogando por el orden, la razón y la disciplina en el arte, terminan por derrotar a los representantes de esta estética preciosista.

La prosa en el neoclasicismo literario francés

Los grandes autores de la literatura neoclásica francesa han dejado un legado imponente en el panorama literario. 

  • La literatura neoclásica francesa contó con la notable presencia de René Descartes, uno de los filósofos más influyentes de la época. Aunque principalmente conocido por sus obras filosóficas, como “Discurso del método” y “Meditaciones metafísicas”, Descartes también incursionó en la literatura. Su estilo de escritura era claro y preciso, caracterizado por la búsqueda de la verdad a través del pensamiento racional y la duda metódica.
  • Otro destacado autor de la literatura neoclásica francesa fue Blaise Pascal. Si bien es reconocido principalmente por su trabajo en matemáticas y física, Pascal también dejó una huella en el ámbito literario. Su obra más conocida, “Los pensamientos”, es una recopilación de aforismos y reflexiones profundas sobre la existencia humana, la fe y la razón. Pascal empleó un lenguaje conciso y penetrante para explorar las cuestiones filosóficas y religiosas de su tiempo.
  • Voltaire, el célebre escritor y filósofo ilustrado, también hizo su contribución al neoclasicismo literario francés. Conocido por su obra maestra “Cándido” y por su defensa de la libertad de pensamiento, Voltaire se destacó por su estilo satírico y su crítica mordaz hacia la intolerancia y la injusticia social. Su prosa era ágil y llena de ironía, lo que le permitía abordar temas complejos de manera accesible para el lector.
  • Otro autor destacado de la literatura neoclásica francesa fue Jean-Jacques Rousseau. Aunque es conocido principalmente por sus obras filosóficas y políticas, Rousseau también dejó un legado importante en la literatura. Su novela epistolar “La nueva Eloísa” se convirtió en un éxito de ventas y abordaba temas como el amor, la pasión y la moralidad en un estilo epistolar novedoso para la época. Rousseau logró capturar las emociones y los dilemas morales de sus personajes con una prosa exquisita y reflexiva.

La poesía en la literatura neoclásica francesa

  • No se puede hablar de la literatura neoclásica francesa sin mencionar a Jean de La Fontaine, autor de las famosas fábulas que han perdurado a lo largo de los siglos. Sus fábulas, como “La cigarra y la hormiga” y “El zorro y el cuervo“, presentaban enseñanzas morales de manera ingeniosa y entretenida. La Fontaine combinaba la sencillez de la narrativa con un uso cuidadoso de la metáfora y la alegoría, convirtiendo sus fábulas en una herramienta educativa y artística.

El teatro en la literatura del neoclasicismo francés

  • Uno de los principales exponentes de la literatura neoclásica francesa fue Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière. Este dramaturgo destacó por su habilidad para retratar la sociedad de su época a través de la comedia. Sus obras, como “El misántropo” y “Tartufo“, reflejaban las contradicciones y vicios de la aristocracia y la burguesía de manera satírica y crítica. Molière demostró un dominio magistral de la técnica teatral y una profunda capacidad de observación de la naturaleza humana.
  • En el ámbito del teatro, Pierre Corneille y Jean Racine fueron figuras destacadas. Corneille, conocido como el fundador de la tragedia francesa, escribió obras como “El Cid” y “Horacio“, que se caracterizaban por su estructura formal y su exploración de temas morales y heroicos. Por su parte, Racine destacó por sus tragedias clásicas, como “Fedra” y “Andrómaca“, que se enfocaban en las pasiones humanas y las luchas internas de los personajes. Su escritura era elegante y refinada, con un enfoque en la psicología de los protagonistas.

Estos autores, con sus diferentes enfoques y estilos, enriquecieron el panorama de la literatura neoclásica francesa. A través de su escritura, dejaron un legado que ha perdurado a lo largo de los siglos, y siguen siendo objeto de estudio y admiración en la actualidad.

La literatura del neoclasicismo en Inglaterra

Dos grandes autores que destacaron en la literatura neoclásica inglesa fueron Daniel Defoe y Jonathan Swift.

Daniel Defoe, reconocido por su famosa obra “Robinson Crusoe“, es considerado uno de los padres de la novela moderna en la literatura inglesa. Defoe se destacó por su enfoque realista y detallado, así como por su capacidad para narrar historias que se asemejaban a la vida cotidiana. Sus novelas, incluyendo “Moll Flanders” y “Diario del año de la peste“, abordaban temas como la moralidad, la aventura y la crítica social. Defoe fue un maestro en la construcción de personajes complejos y en la creación de tramas envolventes que cautivaban al lector.

Jonathan Swift, por su parte, es conocido principalmente por su sátira mordaz y su obra maestra “Los viajes de Gulliver“. En esta novela, Swift utiliza la figura del viaje como recurso narrativo para criticar y ridiculizar la sociedad y la política de su época. A través de la mirada del protagonista, Lemuel Gulliver, Swift aborda temas como la naturaleza humana, la corrupción política y la incoherencia social. La maestría de Swift radica en su capacidad para combinar la fantasía y la crítica social en una narrativa ingeniosa y provocativa.

Estos dos grandes autores, Defoe y Swift, fueron pilares fundamentales en la literatura neoclásica inglesa. Sus obras, caracterizadas por su estilo claro y conciso, su crítica social y su capacidad para contar historias cautivadoras, dejaron una marca indeleble en la literatura inglesa y en el desarrollo de la novela como género literario. El neoclasicismo literario en Inglaterra fue un periodo de innovación y reflexión, y Defoe y Swift fueron dos escritores que supieron capturar y reflejar las inquietudes y los ideales de su tiempo en su literatura. Su legado perdura y continúa inspirando a los escritores contemporáneos.

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