La historia de Colombia está marcada por décadas de un conflicto armado complejo y doloroso. En medio de esta realidad, la escuela se ha erigido, a menudo en silencio, como un bastión de esperanza y un laboratorio para la paz. Hablar de educación en conflicto armado no es solo referirse a un sistema bajo asedio, sino a la increíble capacidad de docentes, estudiantes y comunidades enteras para transformar el dolor en aprendizaje y la incertidumbre en un proyecto de futuro. Este artículo explora esa dualidad: el profundo impacto de la violencia en el sistema educativo colombiano y, a la vez, el poder inagotable de la escuela como un espacio de memoria, resiliencia y reconstrucción del tejido social.
A lo largo de este recorrido, analizaremos los desafíos concretos que enfrenta la comunidad educativa, desde la violencia directa contra escuelas y maestros hasta las heridas invisibles del trauma en el aprendizaje. Pero, sobre todo, nos centraremos en las respuestas que surgen desde las aulas. Veremos cómo la memoria histórica se integra en el currículum escolar, cómo las metodologías activas se adaptan para sanar y cómo el rol del docente se redefine para ser, además de un instructor, un protector y un constructor de paz. Este no es solo un diagnóstico de los problemas, sino una guía para entender y potenciar el papel fundamental de la educación en la reconciliación de una nación.
Qué vas a encontrar en este artículo
Impacto del conflicto armado en la educación colombiana
El conflicto armado en Colombia ha dejado cicatrices profundas en cada rincón de la sociedad, y el sistema educativo ha sido uno de los campos de batalla más vulnerables. El impacto no se limita a cifras o estadísticas; se traduce en generaciones de niños, niñas y jóvenes cuyas trayectorias educativas fueron interrumpidas, alteradas o directamente negadas. Entender la magnitud de este impacto es el primer paso para dimensionar los retos actuales.
Desplazamiento forzado y abandono escolar
Una de las consecuencias más devastadoras ha sido el desplazamiento forzado. Millones de familias han sido obligadas a abandonar sus hogares para huir de la violencia, rompiendo abruptamente con su entorno, su comunidad y, por supuesto, su escuela. Para un niño, el desplazamiento no solo significa la pérdida de su casa, sino también la de sus amigos, sus maestros y su rutina de aprendizaje.
Esta migración forzada es una de las principales causas del abandono escolar y el rezago educativo. Al llegar a un nuevo municipio, a menudo en condiciones de extrema pobreza, las familias enfrentan barreras enormes para reinscribir a sus hijos en el sistema. La falta de cupos, la ausencia de documentación, la discriminación y la necesidad de que los jóvenes trabajen para ayudar a sus familias son solo algunos de los obstáculos. Cada niño desplazado que no regresa a la escuela representa una herida en el futuro del país, perpetuando ciclos de desigualdad agravados por la violencia. Las brechas educativas en Colombia se ensanchan dramáticamente en este contexto, creando una deuda histórica con las víctimas.
Escuelas destruidas o tomadas por grupos armados
La infraestructura escolar ha sido un objetivo militar directo para los actores armados. Escuelas rurales, en particular, han sido bombardeadas, quemadas o utilizadas como campamentos, trincheras o centros de reclutamiento. Cuando un grupo armado se toma una escuela, no solo destruye un edificio; anula el único espacio seguro que tienen muchos niños en la comunidad. La escuela deja de ser un lugar de aprendizaje para convertirse en un símbolo del terror.
Además del daño físico, el uso de las escuelas para fines bélicos viola el derecho internacional humanitario y genera un ambiente de miedo que hace imposible el acto educativo. La reconstrucción de una infraestructura escolar segura es un desafío logístico y financiero, pero reconstruir la confianza de la comunidad en la escuela como un territorio de paz es un reto aún mayor.
Docentes víctimas de amenazas y asesinatos
Los maestros en Colombia han sido héroes anónimos y, lamentablemente, víctimas sistemáticas del conflicto. En muchas regiones apartadas, el docente no es solo quien enseña a leer y escribir; es un líder comunitario, un defensor de los derechos humanos y, a menudo, la única presencia visible del Estado. Esta posición los ha convertido en objetivo de grupos armados que buscan controlar el territorio y la narrativa social.
Según la Federación Colombiana de Educadores (FECODE), miles de docentes han sido amenazados, desplazados o asesinados por negarse a adoctrinar a sus estudiantes, por promover el pensamiento crítico o simplemente por representar valores contrarios a los de los violentos. La violencia escolar hacia docentes en este contexto adquiere una dimensión aterradora, generando un éxodo de maestros de las zonas más afectadas y dificultando la garantía del derecho a la educación.
Trauma infantil y dificultades de aprendizaje
Quizás el impacto más profundo y duradero del conflicto es el invisible: el trauma psicológico en los estudiantes. Niños que han presenciado masacres, que han perdido a sus familiares o que han vivido bajo el miedo constante, llevan estas heridas al aula. El trauma afecta directamente la capacidad de aprendizaje, manifestándose en problemas de atención y concentración, dificultades en la memoria de trabajo y un mayor riesgo de desarrollar trastornos del aprendizaje.
Un niño traumatizado no puede aprender de la misma manera. El estrés crónico altera el desarrollo cerebral y dificulta la regulación emocional. Por ello, el rol del docente como modelo emocional se vuelve crucial. Los maestros necesitan herramientas para crear un clima escolar que ofrezca seguridad emocional y para detectar señales de estrés o ansiedad en sus alumnos. Abordar la salud mental se convierte en una condición indispensable para cualquier proceso de aprendizaje significativo en estos contextos.

La escuela como espacio de resiliencia
A pesar del panorama desolador, la historia de la educación en conflicto armado en Colombia es también una de increíble resiliencia. En los territorios más golpeados por la violencia, las comunidades no se han rendido. Han encontrado en la escuela un punto de encuentro, un símbolo de normalidad y una herramienta para resistir y seguir adelante. La escuela se transforma, así, en mucho más que un lugar para aprender académicamente; se convierte en un refugio para la vida y la esperanza.
Historias de resistencia comunitaria para mantener la educación
Existen innumerables relatos de comunidades que, en medio de la guerra, se organizaron para proteger su escuela. Padres y madres que hacían guardias para vigilar el edificio, comunidades que pactaban con actores armados (a veces a un costo altísimo) para que respetaran el espacio escolar, o que creaban “escuelas clandestinas” en sus propias casas cuando la oficial era cerrada. Estas acciones demuestran un entendimiento profundo del valor de la educación, no como un servicio, sino como un derecho fundamental y un pilar de la identidad comunitaria.
En muchos casos, la participación familiar ha sido el motor que ha mantenido las escuelas a flote. Familias que donan materiales, que ayudan a reparar los daños o que acompañan a los maestros en sus trayectos, tejiendo una red de protección que blinda el acto educativo frente a la barbarie.
Rol de las familias, comunidades y maestros en la protección de la niñez
En contextos donde el Estado no puede garantizar la seguridad, la protección de los niños recae en la propia comunidad. Los maestros, en particular, asumen un rol que va mucho más allá de la planificación didáctica. Se convierten en protectores, consejeros y, en ocasiones, en la única figura adulta de confianza para niños que han perdido todo.
La creación de “entornos protectores” es una estrategia clave. Esto implica establecer rutas seguras para ir a la escuela, desarrollar protocolos ante emergencias escolares adaptados al contexto de violencia y fortalecer el vínculo pedagógico como una herramienta de apoyo emocional. La escuela se convierte en un lugar donde los niños pueden volver a ser niños, donde el juego y el aprendizaje les permiten procesar sus experiencias y recuperar una sensación de normalidad.
Estrategias pedagógicas de resiliencia: aprender en medio del miedo
Educar en medio del miedo requiere de una pedagogía flexible y profundamente humana. Los docentes de estas zonas han desarrollado de manera intuitiva y, a veces, con apoyo de organizaciones, estrategias pedagógicas enfocadas en la resiliencia. Estas estrategias priorizan el bienestar socioemocional como base para el aprendizaje académico.
Algunos ejemplos incluyen:
El arte y el juego como herramientas terapéuticas: Actividades como el teatro, el dibujo o la música permiten a los niños expresar emociones que no pueden poner en palabras. El aprendizaje basado en proyectos (ABP) puede ser una excelente vía para canalizar estas expresiones, permitiendo a los estudiantes escribir cuentos o crear murales que narren sus vivencias.
Flexibilidad curricular: Los docentes deben saber adaptar contenidos a las realidades de sus estudiantes. Si una comunidad ha sufrido un hecho violento, es imposible seguir con el programa como si nada. La transposición didáctica se vuelve un ejercicio diario de empatía, donde los saberes previos de los estudiantes, marcados por el conflicto, se convierten en el punto de partida del aprendizaje.
Fomento del aprendizaje cooperativo: Trabajar juntos en proyectos y actividades fortalece los lazos comunitarios y combate el aislamiento. El aprendizaje cooperativo enseña a los estudiantes a confiar en los demás, a resolver conflictos entre alumnos de forma pacífica y a construir un sentido de pertenencia que la violencia intentó destruir.
Estas estrategias demuestran que, incluso en las peores circunstancias, el aprendizaje significativo es posible cuando se pone en el centro la dignidad y la salud emocional de los estudiantes.
Memoria histórica y educación
Una de las preguntas más complejas que enfrenta una sociedad en posconflicto es: ¿qué hacer con el pasado? Olvidar para seguir adelante puede llevar a repetir los mismos errores, mientras que recordar sin un propósito puede reabrir heridas. En este dilema, la educación juega un papel insustituible. La inclusión de la memoria histórica en el aula no se trata de enseñar la guerra, sino de educar para la paz, reconociendo el pasado para construir un futuro diferente.
Inclusión del conflicto en currículos y materiales escolares
Durante mucho tiempo, el conflicto armado fue el gran ausente en los textos escolares y el currículo oficial. Se enseñaba la historia de batallas lejanas, pero se guardaba silencio sobre la violencia que ocurría a la vuelta de la esquina. A partir de la Ley de Víctimas (Ley 1448 de 2011) y el Acuerdo de Paz, esto comenzó a cambiar. Se reconoció la necesidad de que las nuevas generaciones comprendieran las causas y consecuencias del conflicto para garantizar la no repetición.
Integrar el conflicto en el currículo es un desafío pedagógico enorme. Requiere de una cuidadosa selección de contenidos curriculares que evite la revictimización, el adoctrinamiento o la simplificación de una realidad compleja. El objetivo no es buscar culpables, sino promover la comprensión, la empatía y una lectura crítica de la historia. Esto implica analizar diferentes tipos de textos, desde informes oficiales hasta testimonios y obras literarias, para construir una visión plural del pasado.
Proyectos de memoria en las escuelas (relatos, testimonios, arte)
Más allá de los lineamientos oficiales, las iniciativas más poderosas de memoria histórica a menudo surgen desde las propias escuelas. Los docentes, junto a sus estudiantes, desarrollan proyectos interdisciplinarios que convierten el aula en un laboratorio de memoria.
Algunas de estas iniciativas incluyen:
Cartografías sociales: Los estudiantes mapean sus territorios, identificando no solo los lugares de violencia, sino también los espacios de resistencia, encuentro y alegría. Es un ejercicio para reapropiarse del espacio y resignificarlo.
Archivos de relatos: Se invita a los abuelos y líderes comunitarios a compartir sus historias de vida. Los estudiantes las registran, las escriben y las convierten en libros, murales o pequeñas obras de teatro. Esto fortalece el lazo intergeneracional y valida la memoria oral como fuente de conocimiento.
Creación artística: A través de la pintura, la fotografía, la poesía o el video, los jóvenes exploran sus sentimientos sobre el conflicto y la paz. El arte se convierte en un lenguaje para procesar el dolor y para imaginar futuros posibles. El círculo de la palabra es una herramienta poderosa en este sentido, creando un espacio seguro para compartir.
Estos proyectos transforman a los estudiantes de receptores pasivos de información a constructores activos de la memoria colectiva de su comunidad.
Educación para la paz como herramienta de prevención de nuevas violencias
La memoria histórica no tiene sentido si no está orientada hacia el futuro. La educación para la paz es el componente proactivo de este proceso. No se trata de una asignatura aislada, sino de un enfoque transversal que debe impregnar toda la cultura escolar.
Este enfoque se basa en el desarrollo de competencias ciudadanas y socioemocionales, tales como:
Empatía y reconocimiento del otro: Ponerse en el lugar de quienes han sufrido y entender sus perspectivas es la base para la reconciliación. Actividades de empatía son fundamentales en el aula.
Resolución pacífica de conflictos: Enseñar a los estudiantes a dialogar, a negociar y a encontrar soluciones consensuadas a sus problemas cotidianos es entrenarlos para la ciudadanía en una sociedad democrática.
Pensamiento crítico y ciudadanía activa: Formar estudiantes que cuestionen la información, que entiendan las estructuras de poder y que se sientan capaces de participar en la transformación de su realidad. Se busca formar estudiantes críticos que no sean indiferentes ante la injusticia.
Al educar en y para la memoria, la escuela se convierte en el principal motor para romper los ciclos de violencia y construir una paz sostenible desde la raíz.

Políticas públicas y programas estatales
La respuesta a la crisis educativa generada por el conflicto armado no puede depender únicamente del heroísmo de docentes y comunidades. Requiere de un compromiso decidido por parte del Estado, a través de políticas públicas y programas estructurados que busquen reparar a las víctimas y garantizar el derecho a la educación en todo el territorio. El Ministerio de Educación Nacional colombiano ha liderado varias de estas iniciativas, aunque su implementación enfrenta enormes desafíos.
Acciones del Ministerio de Educación Nacional en zonas de conflicto
A lo largo de los años, el Ministerio de Educación ha desarrollado diversas estrategias para atender a las poblaciones afectadas por la violencia. Estas políticas educativas colombianas han buscado, por un lado, garantizar el acceso y la permanencia de los estudiantes en el sistema y, por otro, mejorar la pertinencia y la calidad de la educación ofrecida.
Programas como la “Revolución Educativa” y los Planes Nacionales de Desarrollo han incluido componentes específicos para zonas rurales y de conflicto, enfocados en la construcción de infraestructura, la dotación de materiales y la formación docente. Se han creado, además, lineamientos para la etnoeducación y la atención a la diversidad, reconociendo que el conflicto ha afectado de manera desproporcionada a comunidades indígenas y afrocolombianas.
Programas de educación flexible para población desplazada
Uno de los mayores retos ha sido atender a la población en constante movimiento. Para ello, se diseñaron los “Modelos Educativos Flexibles”, como Escuela Nueva, Aceleración del Aprendizaje o Postprimaria Rural. Estos modelos están pensados para adaptarse a las condiciones de vida de los estudiantes, permitiendo, por ejemplo, el aprendizaje multigrado, horarios flexibles y una fuerte conexión con el contexto local.
El objetivo de estos programas es evitar que los niños se desvinculen del sistema, ofreciéndoles una propuesta pedagógica que reconozca sus saberes y se ajuste a sus ritmos. Aunque su implementación ha sido desigual, han demostrado ser una herramienta valiosa para reconstruir las trayectorias escolares de miles de niños y jóvenes que de otra manera habrían quedado por fuera de la educación formal.
Estrategias de reparación y acompañamiento psicosocial
Reconociendo que las heridas del conflicto no son solo académicas, las políticas públicas han comenzado a incorporar, de manera más sistemática, el componente de apoyo psicosocial. La Ley 1448 de 2011 (Ley de Víctimas) establece medidas de reparación que incluyen el acceso preferente a la educación y programas de acompañamiento para la recuperación emocional.
Desde el Ministerio de Educación se han desarrollado guías y protocolos para que los docentes puedan identificar y atender las afectaciones emocionales de sus estudiantes. Se busca promover la creación de entornos escolares seguros y protectores, donde la educación emocional sea un pilar fundamental. Sin embargo, la brecha entre la política escrita y la realidad en las aulas sigue siendo grande. Muchos docentes no reciben la formación ni el apoyo necesarios para implementar estas estrategias, y el acceso a profesionales de la salud mental en las zonas más apartadas es extremadamente limitado. El autocuidado docente también es un aspecto crítico, ya que los maestros que trabajan en estas zonas están expuestos a un alto nivel de estrés laboral.
Educación rural y conflicto armado
Si bien el conflicto armado ha afectado a todo el país, su impacto ha sido desproporcionadamente severo en las zonas rurales. La ruralidad en Colombia es sinónimo de abandono estatal, pobreza y presencia de actores armados. En este contexto, la educación enfrenta desafíos adicionales que agravan las brechas ya existentes entre el campo y la ciudad.
Retos adicionales en la ruralidad: pobreza, acceso limitado, aislamiento
La educación rural y urbana presenta desigualdades históricas. En el campo, las escuelas suelen ser multigrado, con una infraestructura precaria y una alta rotación de docentes. A esto se suman las dificultades geográficas: muchos niños deben caminar horas por senderos peligrosos para llegar a su escuela. La pobreza infantil y su relación con el aprendizaje es un factor determinante, ya que muchos niños deben abandonar sus estudios para trabajar en el campo.
El conflicto armado intensifica todos estos problemas. Las vías de acceso se vuelven intransitables por la presencia de minas antipersona o retenes ilegales, el reclutamiento forzado de menores aumenta y el aislamiento se profundiza. La brecha digital es abismal, impidiendo el acceso a recursos educativos en línea que podrían mitigar en parte el aislamiento.
Brecha educativa entre zonas rurales y urbanas agravada por la violencia
Las cifras hablan por sí solas. Los indicadores de analfabetismo, deserción escolar y bajos resultados en pruebas estandarizadas son significativamente peores en las zonas rurales que han sido epicentro del conflicto. Mientras un estudiante en una ciudad capital tiene múltiples opciones para continuar con la educación superior, un joven de una vereda apartada tiene un camino lleno de obstáculos casi insuperables.
Esta desigualdad no solo limita las oportunidades individuales, sino que perpetúa el ciclo de la violencia. La falta de educación y de oportunidades laborales convierte a los jóvenes rurales en una población vulnerable al reclutamiento por parte de grupos armados ilegales. Por ello, invertir en educación rural no es solo una cuestión de equidad, sino una estrategia fundamental para la construcción de una paz duradera.
Casos de escuelas rurales que se convierten en faros de paz
A pesar de este panorama, es en la ruralidad donde surgen algunas de las experiencias más inspiradoras de transformación social a través de la educación. Muchas escuelas rurales, lideradas por docentes comprometidos, se han convertido en el corazón de sus comunidades, los únicos lugares donde se habla de un futuro diferente.
Estas escuelas a menudo implementan proyectos pedagógicos productivos (huertas escolares, proyectos de emprendimiento local) que conectan el aprendizaje con las necesidades de la comunidad. Se convierten en centros culturales, en espacios para la participación democrática en el aula y en escenarios para la reconciliación. Son la prueba viviente de que la escuela, incluso con recursos limitados, puede ser un motor de desarrollo y un “faro de paz” que ilumina en medio de la oscuridad de la guerra. Estas experiencias, muchas veces apoyadas por una sólida formación docente, demuestran el poder de la educación contextualizada y con propósito.
Organizaciones internacionales y sociedad civil
La tarea de educar en medio del conflicto armado en Colombia ha sido tan monumental que no podría haber sido enfrentada solo por el Estado y las comunidades. El apoyo de organizaciones internacionales y de la sociedad civil ha sido fundamental para sostener, innovar y visibilizar los esfuerzos educativos en las regiones más vulnerables. Su rol ha abarcado desde la ayuda humanitaria hasta la implementación de complejos programas pedagógicos para la paz.
Apoyo de UNICEF, UNESCO y ONG locales
Organizaciones como UNICEF y UNESCO han tenido una presencia histórica en Colombia, brindando asistencia técnica y financiera al gobierno y a las comunidades. Su trabajo ha sido clave en varias áreas:
Protección de la niñez: UNICEF ha liderado campañas para prevenir el reclutamiento de menores y ha impulsado la estrategia de “entornos escolares protectores”, dotando a las escuelas de herramientas para garantizar la seguridad de los estudiantes.
Calidad educativa: UNESCO ha apoyado al Ministerio de Educación en el diseño de políticas para la paz y la ciudadanía, promoviendo un enfoque de educación para el Desarrollo Sostenible que integre la reconciliación y el cuidado del medio ambiente.
Atención a emergencias: En momentos de desplazamientos masivos o desastres, estas agencias han proporcionado “kits escolares” y han ayudado a instalar espacios de aprendizaje temporales para que los niños no interrumpan su educación.
Junto a ellas, una red de Organizaciones No Gubernamentales (ONG) locales y nacionales, como Fe y Alegría, la Fundación Escuela Nueva o el CINEP, han realizado un trabajo invaluable en el terreno. Su profundo conocimiento del contexto les ha permitido desarrollar programas de educación no formal y formal altamente pertinentes y efectivos.
Experiencias de educación para la paz en comunidades vulnerables
La sociedad civil ha sido un laboratorio de innovación en pedagogías para la paz. Han surgido innumerables iniciativas que buscan sanar las heridas de la guerra y construir capacidades para la convivencia. Un ejemplo notable es el programa “Escuelas de Paz”, que implementan diversas organizaciones. Estos programas no se centran solo en los estudiantes, sino que involucran a docentes, familias y a la comunidad en general.
Trabajan en varios frentes:
Formación ciudadana: Se promueve la creación de gobiernos estudiantiles y espacios de participación donde los niños y jóvenes aprenden a tomar decisiones, a debatir con respeto y a gestionar proyectos para su comunidad.
Manejo de emociones: Se implementan estrategias de inteligencia emocional y mindfulness para ayudar a los estudiantes y docentes a lidiar con el estrés y el trauma.
Reconciliación: Se crean espacios de diálogo entre víctimas y, en algunos casos, con excombatientes, buscando reconstruir la confianza y el tejido social a nivel local.
Proyectos innovadores con pedagogías para sanar y construir memoria
La sociedad civil también ha sido pionera en el uso de pedagogías innovadoras que combinan la memoria, el arte y la tecnología. Proyectos como “La Paz se toma la palabra” del Banco de la República, o las iniciativas del Centro Nacional de Memoria Histórica, han creado maletas didácticas, exposiciones itinerantes y recursos digitales para que los docentes puedan abordar el conflicto de manera sensible y creativa.
Estas pedagogías entienden que la memoria no es un archivo muerto, sino una experiencia viva. Utilizan la fotografía, el teatro del oprimido, la creación de crónicas y el mapeo corporal como herramientas para que los individuos y las comunidades puedan narrar su propia historia, resignificar su dolor y, lo más importante, imaginar y construir un futuro en paz. Estas experiencias demuestran que las corrientes pedagógicas no son solo teorías, sino herramientas vivas para la transformación social.
Desafíos actuales y futuros
A pesar de la firma del Acuerdo de Paz en 2016 y los innegables avances, la violencia en muchas regiones de Colombia no ha cesado. La reconfiguración de grupos armados, las disputas por economías ilícitas y la lenta implementación del acuerdo plantean enormes desafíos para la comunidad educativa. Garantizar que la escuela sea un territorio de paz es una tarea que aún está lejos de concluir.
Garantizar seguridad para estudiantes y docentes
La seguridad sigue siendo el reto más urgente. El reclutamiento forzado de menores, las amenazas a docentes, la presencia de minas antipersona en los alrededores de las escuelas y los enfrentamientos entre grupos armados continúan poniendo en riesgo la vida y la integridad de la comunidad educativa.
Para el futuro, es indispensable que el Estado fortalezca su presencia integral en los territorios, no solo con fuerza pública, sino con inversión social. Se deben implementar de manera efectiva los planes de desminado humanitario y crear mecanismos de protección más ágiles y eficientes para los docentes amenazados. La escuela como institución social no puede cumplir su misión si vive bajo asedio.
Reconstruir infraestructura y recuperar trayectorias escolares
La deuda en infraestructura educativa sigue siendo gigantesca, especialmente en las zonas rurales más afectadas por el conflicto y el abandono. La reconstrucción de escuelas es una prioridad, pero debe hacerse con un enfoque de calidad y pertinencia, asegurando que los nuevos espacios sean seguros, inclusivos y adaptados a las necesidades pedagógicas del siglo XXI.
Igualmente crucial es la tarea de “buscar a los que faltan”. Es necesario diseñar e implementar programas masivos para identificar a los niños y jóvenes que abandonaron la escuela a causa del conflicto y ofrecerles opciones flexibles y de calidad para que puedan retomar y completar sus estudios. Esto implica un esfuerzo articulado entre el sector educativo, las entidades de protección infantil y las organizaciones comunitarias.
Superar el estigma social hacia víctimas y excombatientes en las aulas
La reconciliación nacional pasa, inevitablemente, por el aula. Uno de los desafíos más delicados es cómo gestionar la llegada de niños y jóvenes desvinculados de grupos armados al sistema educativo regular. La estigmatización y el rechazo por parte de otros estudiantes, e incluso de algunos docentes, son barreras significativas para su reintegración.
Es fundamental trabajar en la construcción de una educación inclusiva que promueva la empatía y la comprensión. Esto requiere de adaptaciones curriculares y de un fuerte acompañamiento psicosocial tanto para los excombatientes como para las comunidades receptoras. La escuela debe ser un lugar donde se aprenda que la paz implica acoger y dar una segunda oportunidad.
Consolidar la paz desde la educación como derecho fundamental
El mayor desafío a largo plazo es consolidar un concepto de educación que vaya más allá de la transmisión de conocimientos. La educación debe ser entendida y defendida como un derecho fundamental y como la principal herramienta para la construcción de una cultura de paz.
Esto implica seguir fortaleciendo la formación docente en competencias ciudadanas y socioemocionales, garantizar que la memoria histórica y la educación para la paz sean ejes transversales del currículo en todo el país, y asegurar la financiación adecuada y sostenible para la educación, especialmente en los territorios que han cargado con el peso más pesado de la guerra. La paz de Colombia se juega, en gran medida, en sus aulas.
Recursos Prácticos para Docentes
Como educador, abordar estos temas en el aula puede ser desafiante. Aquí tienes una selección de recursos que pueden ayudarte:
Caja de Herramientas “La Paz se toma la palabra” (Banco de la República): Ofrece guías, libros y materiales audiovisuales para trabajar temas de paz, memoria y reconciliación con niños y jóvenes. Es un recurso invaluable y de acceso público.
Portal Colombia Aprende (Ministerio de Educación Nacional): Contiene guías y orientaciones oficiales para docentes sobre educación para la paz, competencias ciudadanas y atención a población víctima.
Recursos pedagógicos del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH): A través de su página web, el CNMH ofrece exposiciones virtuales, informes, documentales y guías pedagógicas diseñadas específicamente para ser usadas en el ámbito escolar.
EducaPaz: Es un portal y una red de organizaciones que desarrollan e investigan sobre educación para la paz en Colombia. Ofrecen cursos, seminarios y materiales descargables para docentes.
“La maleta del retorno” (Unidad para las Víctimas): Un conjunto de herramientas lúdicas y pedagógicas para trabajar con niños y niñas que han vivido el desplazamiento forzado, enfocadas en la resiliencia y la construcción de proyectos de vida.
La relación entre educación y conflicto armado en Colombia es una historia de profundas heridas, pero también de una extraordinaria fortaleza. La violencia ha intentado silenciar las aulas, destruir los pizarrones y sembrar el miedo en los corazones de maestros y estudiantes. Ha dejado un rastro de deserción, trauma y desigualdad que el país tardará generaciones en superar.
Sin embargo, frente a cada escuela cerrada, ha surgido una comunidad que la reabre. Frente a cada docente amenazado, ha habido decenas que han decidido quedarse. Y en cada estudiante que ha vivido el horror, reside la semilla de la resiliencia. La escuela en Colombia ha demostrado ser mucho más que un edificio; ha sido un refugio, un espacio de resistencia, un laboratorio para la memoria y el principal motor para la construcción de la paz.
El camino hacia la reconciliación es largo y complejo, y la educación no es una solución mágica. Pero es, sin duda, la herramienta más poderosa que tiene la sociedad colombiana para romper los ciclos de violencia, para formar ciudadanos críticos y empáticos, y para garantizar que las atrocidades del pasado no se repitan jamás. La paz duradera no se firmará únicamente en los despachos; se construirá cada día, en cada aula, con cada niño que aprende que el diálogo es más fuerte que las balas.
Glosario
Desplazamiento Forzado: Migración obligada de personas que deben abandonar su lugar de residencia para huir de la violencia generalizada, un conflicto armado o violaciones de los derechos humanos.
Resiliencia Educativa: Capacidad de las comunidades educativas (estudiantes, docentes, familias) para sobreponerse a situaciones adversas, como la violencia, y continuar con los procesos de enseñanza y aprendizaje, adaptándose y fortaleciéndose.
Memoria Histórica: Proceso colectivo de recordar y narrar los acontecimientos del pasado, especialmente los traumáticos, con el fin de comprender sus causas, dignificar a las víctimas y sentar las bases para la no repetición.
Educación para la Paz: Enfoque educativo que busca desarrollar conocimientos, habilidades y actitudes para promover la convivencia pacífica, la resolución no violenta de conflictos, el respeto a los derechos humanos y la participación ciudadana.
Entornos Protectores: Espacios físicos y sociales, como las escuelas, donde se toman medidas para prevenir y responder a la violencia, el abuso y la explotación, garantizando la seguridad y el bienestar de los niños.
Preguntas Frecuentes (FAQ)
1. ¿Cuál es el mayor desafío para un docente que enseña en una zona de conflicto? El mayor desafío es multifacético. Además de garantizar su propia seguridad, el docente debe lidiar con el trauma de sus estudiantes, la falta de recursos, la infraestructura precaria y la presión de los grupos armados. Su labor trasciende lo pedagógico para convertirse en un acto de protección y acompañamiento emocional.
2. ¿Cómo se puede enseñar sobre el conflicto armado sin generar más dolor en los estudiantes? El enfoque debe ser cuidadoso y centrado en la víctima. Se recomienda usar pedagogías basadas en el arte, el diálogo y el juego. El objetivo no es revivir el trauma, sino comprender las causas del conflicto, honrar la memoria de las víctimas y, sobre todo, enfocarse en las historias de resiliencia y las iniciativas de paz para construir esperanza.
3. ¿Qué son los Modelos Educativos Flexibles? Son propuestas educativas diseñadas por el Ministerio de Educación de Colombia para atender a poblaciones con necesidades especiales, como las víctimas de desplazamiento. Modelos como “Escuela Nueva” permiten que estudiantes de diferentes edades aprendan en una misma aula, con horarios y metodologías adaptables a sus realidades, para garantizar la continuidad de su educación.
4. ¿El Acuerdo de Paz ha mejorado la situación de la educación en Colombia? El Acuerdo de Paz abrió una ventana de oportunidad histórica y trajo mejoras en algunas regiones. Sin embargo, su implementación ha sido lenta y desigual. Si bien la violencia de las FARC-EP cesó, otros grupos armados han ocupado esos territorios, por lo que en muchas zonas la situación de seguridad para las escuelas sigue siendo crítica.
5. ¿Cómo puedo, como docente en otro país, abordar este tema con mis estudiantes? Puedes utilizar el caso colombiano para hablar sobre temas universales como los derechos de los niños, la importancia de la paz y la resiliencia. Se pueden analizar noticias, ver documentales o leer testimonios (adecuados para la edad) para fomentar la empatía y la conciencia global sobre cómo la violencia afecta la educación en todo el mundo y el valor de la escuela como un espacio de protección.
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