Actos en la Escuela

El rol del docente como modelo emocional: Educar con el ejemplo

Dentro del aula, cada gesto, cada palabra y cada silencio comunica algo. Como docentes, dedicamos gran parte de nuestro tiempo a la planificación didáctica, a la selección de contenidos y a la creación de instrumentos de evaluación, pero a menudo subestimamos una de las herramientas pedagógicas más poderosas que poseemos: nosotros mismos. El rol del docente como modelo emocional no es un complemento a la enseñanza, sino su núcleo. Los estudiantes no solo aprenden lo que explicamos en el pizarrón; aprenden de cómo reaccionamos cuando la tecnología falla, de cómo gestionamos un conflicto entre compañeros o de la paciencia que mostramos al explicar un concepto por quinta vez. Enseñamos con lo que decimos, pero dejamos una huella imborrable con lo que hacemos y, sobre todo, con lo que sentimos.

Este artículo está diseñado para explorar en profundidad esa dimensión humana de la docencia. No se trata de añadir una nueva carga a tu ya exigente labor, sino de ofrecerte una perspectiva y herramientas para que tu influencia sea conscientemente positiva, construyendo un ambiente donde el aprendizaje y el bienestar emocional vayan de la mano. Porque educar, en su sentido más profundo, es formar personas, y eso comienza con el ejemplo.

Qué vas a encontrar en este artículo

¿Qué significa ser un modelo emocional en la escuela?

Asumir el rol del docente como modelo emocional va mucho más allá de simplemente mantener la calma o sonreír. Significa ser un referente consciente y visible de inteligencia emocional. Implica entender que nuestras propias emociones son una parte activa del proceso educativo, un texto vivo que los estudiantes leen constantemente. Ser un modelo emocional es, en esencia, la práctica diaria de la coherencia: alinear lo que decimos sobre el respeto, la paciencia y la empatía con cómo actuamos en los momentos de presión.

No se trata de ser un actor que reprime sus sentimientos, sino un educador que los gestiona de manera constructiva. Cuando un docente es capaz de decir: “Hoy me siento un poco frustrado porque el experimento no salió como esperaba, pero vamos a respirar y pensar juntos en una solución”, está ofreciendo una lección mucho más valiosa sobre resiliencia y gestión de la frustración que cualquier ficha teórica. Este enfoque transforma el aula en un laboratorio seguro para el desarrollo socioafectivo, donde los errores no son fracasos, sino oportunidades para aprender a regularse.

El impacto de las emociones del docente en el clima del aula

El clima escolar no es un concepto abstracto; es la atmósfera emocional que se respira en cada rincón de la escuela, y el docente es su principal arquitecto en el aula. Las emociones son contagiosas. La neuroeducación nos explica el fascinante papel de las neuronas espejo, que se activan tanto cuando realizamos una acción como cuando observamos a otro realizarla. De manera similar, estas estructuras cerebrales nos hacen susceptibles al estado emocional de quienes nos rodean.

Si un docente llega al aula tenso, ansioso o irritable, esa tensión se propaga de forma casi instantánea. Los estudiantes, especialmente los más pequeños, son increíblemente perceptivos. Pueden sentir la crispación en el tono de voz, la rigidez en la postura o la impaciencia en un suspiro. Este ambiente cargado de estrés activa sus sistemas de alerta, dificultando que su cerebro acceda a las funciones ejecutivas necesarias para el aprendizaje, como la atención, la memoria de trabajo y la planificación. Un cerebro en modo “supervivencia” no está en modo “aprendizaje”.

Por el contrario, un docente que proyecta calma, seguridad y entusiasmo genera un entorno donde los estudiantes se sienten seguros para preguntar, para equivocarse y para ser ellos mismos. Un clima emocional positivo reduce la ansiedad, fomenta la participación y fortalece el vínculo docente-estudiante. Este lazo de confianza es la base sobre la cual se construye todo aprendizaje significativo, pues cuando un alumno se siente visto, valorado y seguro, su disposición a aprender se multiplica.

Coherencia entre discurso y actitud

La credibilidad de un docente no reside únicamente en su dominio de la materia, sino en la coherencia entre sus palabras y sus actos. Podemos dedicar horas a hablar sobre la importancia de la empatía y el respeto, pero si ante el primer conflicto en el aula nuestra reacción es un grito autoritario, el mensaje que realmente cala es que el poder se impone sobre el diálogo. Los estudiantes detectan la hipocresía con una precisión asombrosa.

Esta disonancia entre lo que se predica y lo que se practica genera confusión y desconfianza. ¿Cómo puede un estudiante aprender a gestionar su enojo de forma asertiva si su principal referente adulto responde con impaciencia o sarcasmo? El verdadero aprendizaje de la regulación emocional ocurre al observar un modelo auténtico en acción.

Ser coherente significa:

  • Pedir disculpas: Si perdemos la paciencia y levantamos la voz, es fundamental reconocerlo. “Disculpen, me he alterado. No debería haberles hablado en ese tono. Vamos a intentarlo de nuevo con más calma”. Esto no te resta autoridad; te otorga una enorme autoridad moral y enseña humildad y reparación.
  • Practicar lo que enseñas: Si pides escucha activa, asegúrate de dejar tu móvil a un lado y mirar a los ojos al estudiante que te habla. Si promueves la resolución pacífica de conflictos, modera las discusiones con calma y sin tomar partido impulsivamente.
  • Ser honesto con tus límites: En lugar de fingir que todo está bien, puedes comunicar tus necesidades de forma asertiva. “Necesito cinco minutos de silencio para poder concentrarme y organizar la siguiente actividad. Les agradezco su colaboración”.

La coherencia es la que transforma las lecciones de educación emocional de un concepto abstracto a una realidad vivida y respirada en el aula, convirtiendo al docente en una figura de referencia ética y emocional.

Inteligencia emocional docente

¿Por qué es importante el ejemplo emocional del docente?

La relevancia del rol del docente como modelo emocional se fundamenta en principios básicos del desarrollo humano y del aprendizaje. No es una moda pedagógica, sino un pilar que sostiene una educación verdaderamente integral. Ignorar el impacto de nuestro ejemplo emocional es como intentar enseñar a nadar dando solo clases teóricas fuera del agua: falta el elemento esencial de la experiencia directa. Al comprender la profundidad de esta influencia, podemos empezar a ejercerla de manera más intencionada y positiva.

Los estudiantes aprenden observando

Mucho antes de que existieran las corrientes pedagógicas formales, el aprendizaje humano se basaba en la imitación y la observación. Las teorías del aprendizaje social, como la de Albert Bandura, demostraron científicamente que las personas, y especialmente los niños y adolescentes, adquieren una gran parte de sus comportamientos, actitudes y respuestas emocionales al observar a los demás, particularmente a las figuras de autoridad y afecto como padres y maestros.

En el aula, eres un modelo constante. Los estudiantes te observan:

  • Cómo manejas el error: ¿Te ríes de tu propio lapsus al escribir en la pizarra o te muestras irritado? Esto les enseña si el error es una catástrofe o una parte natural del proceso.
  • Cómo respondes a la frustración: Cuando el proyector no enciende o un enlace no funciona, ¿respiras hondo y buscas un plan B con calma o te quejas y transmites estrés? Les estás enseñando estrategias de afrontamiento.
  • Cómo interactúas con la diversidad: ¿Muestras la misma paciencia y respeto por el estudiante que pregunta constantemente que por el que aprende más rápido? Estás modelando inclusión y equidad.
  • Cómo celebras el éxito: ¿Reconoces el esfuerzo además del resultado? ¿Te alegras genuinamente por el progreso de un estudiante? Les enseñas a valorar el proceso y a celebrar los logros de los demás.

Cada una de estas interacciones es una microlección de vida. Los estudiantes están “descargando” guiones de comportamiento que usarán en sus propias vidas. Tu ejemplo les proporciona un repertorio de respuestas emocionales saludables que pueden aplicar dentro y fuera de la escuela.

La regulación emocional se contagia

Así como el estrés se propaga, la calma también lo hace. Cuando un docente es capaz de autorregularse en un momento de tensión, no solo evita que la situación escale, sino que también ejerce un efecto tranquilizador sobre todo el grupo. Este fenómeno, conocido como “corregulación”, es fundamental. Un sistema nervioso regulado (el del docente) ayuda a regular los sistemas nerviosos desregulados (los de los estudiantes).

Imagina un grupo de alumnos discutiendo acaloradamente. Una respuesta impulsiva sería gritar para imponer silencio, lo que solo añadiría más estrés al ambiente. Una respuesta modelada desde la regulación sería acercarse con calma, usar un tono de voz bajo y firme, y decir algo como: “Veo que hay emociones muy intensas aquí. Vamos a hacer una pausa. Cada uno va a su sitio y respira tres veces. Luego hablaremos para entender qué ha pasado”.

En este acto, el docente no solo detiene el conflicto, sino que:

  1. Valida las emociones (“Veo que hay emociones intensas”).
  2. Introduce una pausa para desactivar la respuesta de lucha o huida.
  3. Ofrece una herramienta concreta de autorregulación (respirar).
  4. Promueve el diálogo como solución.

Este tipo de Mindfulness práctico y aplicado se contagia. Con el tiempo, los estudiantes empiezan a interiorizar estas estrategias y a aplicarlas por sí mismos. Aprenden que sentir enojo o frustración es normal, pero que su reacción ante esa emoción es una elección.

Clima emocional positivo = mayor disposición al aprendizaje

El vínculo entre las emociones y el aprendizaje es inseparable. Un cerebro que se siente seguro, conectado y emocionalmente estable es un cerebro preparado para aprender. Un clima de aula positivo, construido sobre la base de un modelado emocional saludable, crea las condiciones óptimas para el desarrollo cognitivo.

  • Reduce la carga cognitiva del estrés: Cuando los estudiantes no tienen que gastar energía mental en “vigilar” el humor del profesor o en sentirse ansiosos por la posibilidad de ser ridiculizados, liberan recursos cognitivos para concentrarse en las tareas académicas.
  • Fomenta la curiosidad y la toma de riesgos: En un ambiente de confianza, los alumnos se atreven a hacer preguntas “tontas”, a proponer ideas originales y a intentar resolver problemas complejos, sabiendo que el error será tratado como una oportunidad de aprendizaje, no como un fracaso. Esto es crucial para metodologías como el aprendizaje basado en proyectos (ABP).
  • Mejora la memoria y la retención: Las experiencias de aprendizaje asociadas a emociones positivas (alegría, curiosidad, orgullo por el esfuerzo) se fijan en la memoria a largo plazo de manera mucho más sólida. El afecto es el pegamento del conocimiento.
  • Fortalece las habilidades sociales: Un aula donde se modela la empatía, la escucha y el respeto es un campo de entrenamiento para la vida social. Los estudiantes aprenden a colaborar, a negociar y a entender las perspectivas de los demás, competencias clave para el siglo XXI. Esto potencia el aprendizaje cooperativo.

En definitiva, invertir tiempo y energía en tu rol del docente como modelo emocional no es un desvío del currículo; es la forma más eficaz de asegurarse de que el currículo pueda ser aprendido.

Claves para ser un modelo emocional positivo

Convertirse en un modelo emocional consciente y positivo no requiere una transformación radical de la noche a la mañana. Es un proceso gradual de autoconocimiento y práctica intencionada. A continuación, se presentan cuatro claves fundamentales que puedes empezar a integrar en tu día a día en el aula. Estas estrategias no solo beneficiarán a tus estudiantes, sino que también mejorarán tu propio bienestar y reducirán el desgaste profesional.

Reconocer y nombrar nuestras emociones

El primer paso para gestionar una emoción es ser consciente de ella. A menudo, actuamos impulsados por sentimientos que no hemos identificado, lo que nos lleva a reacciones de las que luego nos arrepentimos. Practicar el autoconocimiento emocional es la base de todo lo demás.

  • Haz pausas de chequeo emocional: A lo largo del día, tómate 30 segundos para preguntarte: “¿Cómo me siento ahora mismo?”. No necesitas compartirlo, solo identificarlo para ti. ¿Sientes tensión en los hombros? ¿Tu mandíbula está apretada? ¿Tu mente está acelerada? Ponerle nombre a la sensación (“estrés”, “cansancio”, “entusiasmo”) le quita poder y te da el control.
  • Amplía tu vocabulario emocional: No te quedes en “bien” o “mal”.

    ¿Estás frustrado, decepcionado, agobiado, impaciente, esperanzado, alegre, orgulloso? Cuanto más rico sea tu léxico emocional, con más precisión podrás entenderte a ti mismo y, por extensión, modelar esa claridad para tus estudiantes.

    • Utiliza un diario reflexivo: No tiene que ser un ensayo. Al final del día, dedica cinco minutos a anotar una o dos emociones intensas que sentiste y qué situación las desencadenó. Por ejemplo: “Sentí una gran frustración cuando la clase no entendió la actividad. Reaccioné con impaciencia”. Este simple acto de registro es el primer paso para cambiar patrones de reacción. Al hacerlo, estás realizando una forma de autoevaluación continua sobre tu práctica emocional.

Mostrar formas saludables de gestionar el estrés o la frustración

Una vez que reconoces tu emoción, el siguiente paso es gestionarla de una manera que sea visible y educativa para tus alumnos. El objetivo no es ocultar el estrés, sino demostrar que se puede manejar. Eres la prueba viviente de que las emociones difíciles no tienen por qué llevar a comportamientos destructivos.

  • Verbaliza tu estrategia en voz alta: Este es uno de los actos de modelado más poderosos.
    • En lugar de apretar los dientes en silencio cuando un debate se descontrola, puedes decir: “Siento que la conversación se está calentando mucho y me estoy empezando a sentir un poco abrumado. Vamos a hacer una pausa de un minuto. Yo voy a respirar hondo para calmarme y les pido que ustedes hagan lo mismo”.
    • Si la tecnología falla estrepitosamente, en vez de un suspiro de derrota, prueba: “Bueno, parece que el plan A no funciona hoy. Siento un poco de frustración, pero no vamos a dejar que esto nos arruine la clase. Pensemos juntos en un plan B”.
  • Utiliza técnicas de regulación física: Las emociones tienen un correlato físico. Usar el cuerpo es una forma rápida y eficaz de cambiar tu estado emocional.
    • La respiración anclada: Realiza una respiración cuadrada (inhala durante 4 segundos, sostén 4, exhala 4, sostén 4) de forma visible. Puedes incluso invitar a la clase a hacerlo contigo.
    • El movimiento consciente: Si te sientes tenso, estira los brazos por encima de la cabeza, rota el cuello suavemente o camina por el aula mientras piensas. Esto comunica que el movimiento es una herramienta válida para liberar tensión.
  • Reencuadra la situación: Modela el optimismo y la resiliencia cambiando la narrativa de un problema. Esto es clave en el aprendizaje basado en problemas (ABP), donde los obstáculos son la norma. Transforma un “esto es un desastre” en un “¿qué podemos aprender de esto?”.

Validar las emociones de los demás sin juzgar

Ser un modelo emocional también implica cómo reaccionas a las emociones de tus estudiantes. La validación es el acto de reconocer y aceptar los sentimientos de otra persona como verdaderos y legítimos para ella, incluso si no entiendes la razón o no estás de acuerdo con la reacción que provocan.

  • Diferencia entre validar la emoción y consentir el comportamiento: Esta es la distinción más importante. Puedes y debes validar el sentimiento, pero no tienes por qué aceptar una conducta inapropiada.
    • Incorrecto (invalida la emoción): “No tienes por qué enojarte por esa tontería”.
    • Correcto (valida la emoción, corrige la conducta): “Entiendo que estés muy enojado porque te quitaron el lápiz. Es frustrante que eso pase. Sin embargo, gritarle a tu compañero no es la solución. Vamos a buscar una forma de pedírselo de vuelta”.
  • Usa un lenguaje de validación: Frases simples pueden tener un impacto enorme.
    • “Veo que estás muy triste”.
    • “Parece que eso te frustró mucho”.
    • “Tiene sentido que te sientas decepcionado”.
    • “Me imagino lo emocionante que debe ser para ti”.
  • Escucha para entender, no para responder: Cuando un estudiante te cuenta un problema, tu primer impulso puede ser solucionarlo. Resiste esa urgencia. A menudo, lo que más necesita el alumno es sentirse comprendido. Un entorno donde las emociones son validadas es un pilar fundamental de la educación inclusiva, ya que crea un espacio seguro para todos, sin importar su trasfondo o sus desafíos personales.

Practicar la escucha empática y la paciencia activa

La escucha y la paciencia son las herramientas con las que se construye la confianza. Son la manifestación práctica de la empatía y el respeto, y modelarlas tiene un efecto profundo en la dinámica del aula.

  • Escucha empática: Es más que oír palabras; es sintonizar con el mundo emocional de la otra persona.
    • Atención plena: Cuando un estudiante te hable, detente. Deja los papeles, aparta la vista del ordenador y dale tu atención completa. Tu lenguaje corporal debe decir: “Eres lo más importante en este momento”.
    • Refleja y parafrasea: Para asegurarte de que has entendido bien, repite con tus propias palabras lo que crees que el estudiante siente o piensa. “Entonces, lo que me dices es que te sientes agobiado porque tienes tres exámenes la misma semana, ¿es correcto?”. Esto no solo confirma la comprensión, sino que hace que el estudiante se sienta verdaderamente escuchado.
  • Paciencia activa: La paciencia no es una espera pasiva y resignada; es una postura activa de apoyo y confianza. Es especialmente crucial al ofrecer retroalimentación efectiva.
    • Permite el silencio: Cuando haces una pregunta, dale tiempo al estudiante para pensar. No te apresures a llenar el silencio o a dar la respuesta. Ese tiempo de espera comunica que confías en su capacidad para procesar y responder.
    • Normaliza el esfuerzo: Cuando un alumno se atasca en un problema, en lugar de mostrar impaciencia, di: “Este es un problema difícil, es normal que tome tiempo. Sigue intentándolo, estoy aquí para ayudarte si lo necesitas”. Estás modelando una mentalidad de crecimiento.
Rol del docente como modelo emocional

Qué hacer y qué evitar como modelo emocional docente

Asumir este rol de manera consciente implica tomar decisiones deliberadas sobre nuestro comportamiento. Aquí te ofrecemos una guía práctica con acciones concretas para potenciar tu impacto positivo y trampas comunes que es mejor eludir.

Ser auténtico, no perfecto

El objetivo del rol del docente como modelo emocional no es convertirse en un santo zen que nunca se altera. Eso no es realista ni deseable. Los estudiantes no necesitan un modelo de perfección inalcanzable, sino un modelo de humanidad auténtica.

  • Qué hacer: Muestra tu humanidad. Está bien admitir que has tenido un mal día o que un tema te resulta complicado. Frases como “Hoy estoy un poco bajo de energía, así que les agradezco su colaboración” o “Disculpen, me equivoqué en ese cálculo, vamos a corregirlo juntos” te hacen más cercano y accesible. Modelas que todos tenemos días mejores y peores, y que cometer errores es humano. La vulnerabilidad auténtica construye puentes, no muros.
  • Qué evitar: Usar una máscara de perpetua alegría o calma. Los estudiantes perciben la falsedad y genera desconfianza. Fingir que no sientes nada cuando estás claramente estresado o molesto crea una disonancia que los confunde. No se trata de sobrecargar a los alumnos con tus problemas personales, sino de ser honesto con tus estados emocionales de una manera apropiada para el contexto educativo.

Evitar reacciones impulsivas o autoritarias

En momentos de alta presión, es fácil caer en patrones de reacción automáticos, como el grito, el sarcasmo o la imposición de autoridad sin diálogo. Estas reacciones, aunque pueden conseguir obediencia a corto plazo, tienen un coste muy alto a largo plazo.

  • Qué hacer: Implementa la “pausa estratégica”. Cuando sientas que vas a reaccionar impulsivamente, detente. Respira hondo. Si es necesario, di: “Necesito un momento para pensar antes de responder a esto”. Este pequeño espacio de tiempo te permite pasar de tu cerebro reptiliano (reactivo) a tu corteza prefrontal (reflexiva). Estás modelando el autocontrol en su forma más pura y enseñando una le-cción crucial sobre cómo gestionar los impulsos. Este enfoque es fundamental para una educación por competencias que incluya habilidades socioemocionales.
  • Qué evitar: El uso del poder para cortar una situación. Frases como “¡Se callan porque lo digo yo!” o usar el castigo como primera y única herramienta erosionan el clima escolar y rompen el vínculo de confianza. El autoritarismo genera miedo, no respeto, y cierra cualquier posibilidad de que los estudiantes aprendan a resolver conflictos o a regularse por sí mismos.

Buscar espacios de autocuidado para regularse mejor

No puedes dar lo que no tienes. Un docente agotado, estresado y sin espacios para recargar energías difícilmente podrá ser un modelo de calma y paciencia. El autocuidado no es un lujo egoísta, sino un requisito profesional indispensable.

  • Qué hacer: Prioriza tu bienestar de forma intencionada. Esto significa establecer límites claros entre el trabajo y la vida personal (por ejemplo, decidir no revisar correos electrónicos después de cierta hora). Significa dedicar tiempo a actividades que te recarguen: hacer ejercicio, leer por placer, pasar tiempo en la naturaleza, conectar con amigos y familiares. También significa buscar apoyo en tus colegas, crear una red de confianza donde puedas compartir frustraciones y éxitos. Considera prácticas como el Mindfulness o el journaling como parte de tu rutina.
  • Qué evitar: Glorificar el agotamiento. La cultura del “docente mártir” que se sacrifica hasta el extremo es insostenible y perjudicial. Trabajar hasta tarde todas las noches y llevarse trabajo a casa cada fin de semana no es una señal de dedicación, sino una receta para el burnout. Evita pensar que pedir ayuda es un signo de debilidad. Es, por el contrario, un signo de fortaleza y autoconocimiento.

Al final del día, el rol del docente como modelo emocional no consiste en añadir una capa de actuación a tu ya compleja labor. No se trata de fingir emociones que no sientes o de seguir un guion. Se trata de todo lo contrario: de educar desde la autenticidad, la conciencia y la humanidad. Es reconocer que la persona que eres impacta tanto o más que el conocimiento que impartes.

Ser un modelo emocional es entender que cada interacción es una oportunidad de enseñanza. Al gestionar tu propia frustración con paciencia, al validar la tristeza de un alumno, al pedir disculpas tras un error o al celebrar con alegría genuina un pequeño progreso, estás impartiendo lecciones que no aparecen en ningún libro de texto. Estás enseñando resiliencia, empatía, autogestión y respeto. Estás construyendo los cimientos de la inteligencia emocional.

La huella de un docente puede durar toda la vida. Años después, es posible que tus estudiantes no recuerden la fecha exacta de una batalla o la fórmula química que explicaste, pero sí recordarán cómo los hiciste sentir. Recordarán si el aula era un lugar seguro donde podían ser ellos mismos, si se sintieron vistos, escuchados y valorados. Esa huella emocional es tu verdadero legado. Y construirlo conscientemente, día a día, es uno de los actos más profundos y transformadores de la profesión docente.

Preguntas Frecuentes (FAQ)

1. ¿Asumir este rol no supone una carga de trabajo extra para los docentes?
Más que una carga extra, es un cambio de enfoque. Muchas de estas prácticas, como la escucha empática o la pausa estratégica, no consumen más tiempo, sino que lo invierten en prevenir conflictos y construir un clima de aula más eficiente. A largo plazo, un ambiente emocionalmente regulado reduce el tiempo dedicado a la gestión de conductas disruptivas y libera más espacio para el aprendizaje.

2. ¿Qué hago si no soy una persona naturalmente tranquila? ¿Puedo ser un buen modelo emocional?
Absolutamente. El objetivo no es tener una personalidad específica, sino desarrollar habilidades de gestión emocional. Una persona enérgica o apasionada puede ser un modelo excelente si demuestra cómo canalizar esa energía de forma constructiva, cómo calmarse tras un momento de intensidad o cómo expresar su pasión sin abrumar a los demás. La autenticidad y la capacidad de autorregularse son más importantes que un temperamento sereno.

3. ¿Ser “auténtico” significa que debo compartir mis problemas personales con los estudiantes?
No. Existe una diferencia clave entre ser auténtico y no tener límites. La autenticidad profesional implica ser honesto sobre tus emociones en el contexto del aula (“Me siento frustrado porque la tecnología no funciona”), pero no significa compartir detalles de tu vida privada (“Estoy frustrado por una discusión que tuve en casa”). La clave es modelar la emoción y su gestión, no sobrecargar a los alumnos con información que no les corresponde manejar.

4. ¿Está bien mostrar enojo o frustración frente a mis alumnos?
Sí, es saludable y educativo, siempre que se haga de manera controlada. Ocultar estas emociones es irreal. Lo valioso es que los estudiantes vean que un adulto puede sentir enojo o frustración y, en lugar de gritar o culpar a otros, utiliza estrategias para manejarlo: nombra la emoción, respira, busca una solución. El problema no es la emoción, sino la reacción descontrolada.

5. ¿Por dónde empiezo si todo esto me parece abrumador?
Comienza con un solo paso. El más sencillo y poderoso es la “pausa”. La próxima vez que te sientas a punto de reaccionar impulsivamente en el aula, detente. Respira hondo una sola vez antes de hablar o actuar. Esa pausa de dos segundos es el inicio del cambio. No intentes implementarlo todo a la vez; elige una estrategia, como nombrar tus emociones internamente, y practícala durante una semana.

6. ¿Cómo puedo manejar a un estudiante que se muestra completamente cerrado emocionalmente?
La clave es la paciencia y la construcción de un vínculo de confianza. No fuerces la expresión emocional. En su lugar, céntrate en crear un entorno seguro y predecible. Ofrece tu presencia tranquila y consistente, valida cualquier pequeña muestra de emoción que surja y modela tú mismo la apertura emocional. A veces, la mejor estrategia es simplemente estar ahí, demostrando con el tiempo que eres una figura segura en la que se puede confiar.

Bibliografía Utilizada y Recomendada

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