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Sistema de Postas en 1810: Clave en las Comunicaciones Virreinales y la Revolución de Mayo

Imaginate un mundo sin WhatsApp, sin emails, ni siquiera una llamada telefónica. En 1810, la forma de conectar distancias, de llevar noticias o simplemente una carta personal, era una aventura en sí misma. No había inmediatez, solo la resistencia de hombres y caballos a través de caminos difíciles. El sistema de postas en 1810, aunque hoy nos parezca increíblemente lento, era la red vital que mantenía unido al territorio. Y en los días agitados de la Revolución de Mayo, se convirtió en el sistema nervioso central por donde viajaban las ideas y las órdenes que estaban cambiando la historia.

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La vida cotidiana en Buenos Aires en 1810

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¿Cómo Funcionaba el sistema de postas en 1810?

La posta era más que una simple parada; era una red de puntos estratégicos organizada por el Estado. Este sistema de postas virreinales estaba pensado para que los mensajes y las personas importantes pudieran moverse con la mayor celeridad posible en aquel entonces. No era un servicio público como el correo actual, accesible a todos. Su uso estaba reservado principalmente para funcionarios del gobierno, militares de alto rango y comerciantes con asuntos urgentes o negocios de peso.

Imaginá estos puestos como oasis en medio de largos y polvorientos caminos, ubicados cada 30, 40, a veces más kilómetros. En cada posta, la promesa era encontrar caballos frescos, listos para relevar a los que llegaban exhaustos. Allí trabajaban los postillones, jinetes expertos que conocían cada palmo del trayecto, y en muchas de ellas, se ofrecía también un techo rudimentario y algo de comida para los viajeros que seguían la misma ruta. Las postas virreinales eran nodos esenciales en las arterias de comunicación del Virreinato.

El Maestro de Posta: Corazón de la Ruta

Cada posta tenía su “maestro”. Este hombre, a menudo con su familia viviendo allí mismo en condiciones bastante aisladas, era el corazón del lugar. Su responsabilidad dentro del sistema de postas en 1810 era enorme: cuidar de los caballos, asegurarse de que estuvieran alimentados y sanos (cosa nada fácil con los recursos limitados), atender a los viajeros oficiales y gestionar el flujo constante. Además, debía tener siempre animales listos, una tarea titánica considerando las sequías, las enfermedades equinas o la simple escasez. Cualquier fallo en una posta significaba retrasos que podían tener consecuencias graves, especialmente en tiempos de conflicto.

Aunque recibían un sueldo básico del Estado, los maestros de posta también tenían permitido cobrar a los viajeros particulares por el alquiler de caballos o los servicios prestados. El viaje era gratuito únicamente para los correos oficiales que portaban despachos del rey o del virrey, y para los contingentes militares en movimiento.

El Correo Bajo la Mirada del Virreinato

Antes de Mayo, el correo, operando a través de las postas virreinales, era un brazo más del poder de la Corona Española. Todo estaba bajo la supervisión del “Correo Mayor”, una figura de gran autoridad, el director general de comunicaciones de la época. Él coordinaba a los mensajeros –los chasquis o correos– que eran los encargados de llevar físicamente las cartas, las órdenes reales, los informes y las noticias entre las ciudades principales y los pueblos más remotos del Virreinato.

Estos valientes correos se movían a caballo, usando la red de postas para cambiar de montura, o en carretas si el terreno y la carga lo permitían. La velocidad dependía de mil factores: el clima inclemente, el estado deplorable de los caminos, la disponibilidad real de caballos en cada posta y, por supuesto, la urgencia y los recursos asignados a ese viaje en particular. No era raro que una carta importante tardara semanas, o incluso meses, en cruzar el territorio usando las postas virreinales, desde, por ejemplo, el Alto Perú hasta Buenos Aires.

¿Y las "Noticias" en 1810? ¿Cómo Circulaban?

Cuando pensamos en “noticias” en ese contexto, debemos olvidar los titulares de hoy. La información más crucial solía viajar en forma de cartas oficiales selladas, mensajes políticos codificados en parte, bandos militares o informes económicos, todo dependiente del sistema de postas en 1810. Los periódicos existían, sí, como la Gaceta o el Correo de Comercio impulsado por Belgrano, pero eran incipientes, con tiradas limitadas, a menudo manuscritos o impresos con dificultad, y su distribución era lenta, dependiendo también del sistema postal.

Las noticias que sacudieron los cimientos del poder español, como la disolución de la Junta Central de Sevilla, llegaron a Buenos Aires a través de este sistema. El Virrey Cisneros se enteró gracias a un barco inglés que trajo periódicos a Montevideo, y desde allí, un correo oficial cruzó el Río de la Plata para entregarle la novedad que precipitaría los eventos de Mayo. Imaginate ese viaje: la noticia cruzando el Atlántico durante semanas en un buque, luego el desembarco, la revisión por autoridades, y finalmente, el galope hasta la capital. Un periplo que fácilmente superaba los dos meses.

Sistema de Postas en 1810

El Correo en la Revolución de Mayo: Un Arma Estratégica

En aquellos días cruciales, el control y uso del correo en la Revolución de Mayo fue absolutamente esencial para los patriotas. Necesitaban, con desesperación, comunicar lo sucedido en Buenos Aires al vasto interior, enviar las primeras órdenes del nuevo gobierno, explicar la formación de la Primera Junta y, sobre todo, sumar adhesiones a la causa revolucionaria, todo a través del existente sistema de postas en 1810.

Figuras como Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano y Mariano Moreno entendieron perfectamente el poder de la información que fluía gracias al correo en la Revolución de Mayo. Enviaron chasquis leales, hombres de confianza que cabalgaron día y noche, cambiando de caballo en cada posta, llevando las proclamas y las noticias frescas del cambio de gobierno. La Junta no tardó en reorganizar la estructura del correo, consciente de que quien controlaba las comunicaciones, controlaba en gran medida el pulso de la revolución. Nombraron nuevos administradores y vigilaron de cerca a los maestros de posta, especialmente a aquellos de lealtad dudosa.

Un Sistema Vital, Pero Lleno de Fallas

A pesar de su importancia estratégica, el sistema de postas en 1810 estaba lejos de ser perfecto. Los problemas eran recurrentes y afectaban la eficiencia:

  • Escasez crónica de caballos: La dificultad para mantener una caballada suficiente y en buen estado era constante.
  • Corrupción y abusos: Algunos maestros de posta aprovechaban su posición para cobrar tarifas excesivas a particulares o priorizar viajes por conveniencia personal.
  • Los peligros inherentes al camino: Los asaltos por bandoleros eran frecuentes, las inclemencias del tiempo podían volver intransitables los caminos, los ríos crecidos impedían el paso y las enfermedades acechaban tanto a jinetes como a caballos.
  • Control laxo en la periferia: En las regiones más alejadas del poder central, las postas virreinales (aún en funcionamiento bajo nueva administración) a menudo operaban con gran autonomía, y las directivas de Buenos Aires tardaban en llegar o directamente se ignoraban.

Estos obstáculos significaban que las noticias podían llegar con retrasos fatales, distorsionadas o, en el peor de los casos, perderse para siempre. En un momento de tanta inestabilidad política, un mensaje que no llegaba a tiempo podía costar victorias militares o apoyos políticos cruciales.

El Correo: Pilar en la Construcción de la Independencia

Tras la Revolución de Mayo, la relevancia del sistema de postas en 1810 y los años subsiguientes no hizo más que aumentar. Las largas y sangrientas guerras por la independencia dependían críticamente de la comunicación. Cada estrategia militar, cada movimiento de tropas, cada orden emanada del gobierno central en Buenos Aires debía recorrer cientos, a veces miles, de kilómetros a través de esta red.

Los patriotas utilizaron la red de postas como una herramienta fundamental para coordinar acciones con los ejércitos del Norte, para comunicarse con las provincias cuyanas bajo el mando de San Martín, o para mantener el enlace con la Banda Oriental y el Litoral. Incluso durante las épicas campañas libertadoras, los correos a caballo, anónimos y resistentes, fueron héroes silenciosos que mantenían viva la conexión.

Paralelamente, la circulación de material impreso, aunque todavía limitada, comenzó a crecer. Periódicos como La Gaceta de Buenos Aires, editada por Mariano Moreno y convertida en órgano oficial de la Junta, se imprimían en la capital y se distribuían a las provincias utilizando la misma infraestructura de postas, llevando las ideas revolucionarias a más rincones del territorio.

El Correo se Viste de Celeste y Blanco: La Nacionalización

Un hito fundamental llegó en 1813, cuando la Asamblea General Constituyente decidió nacionalizar el servicio de correos, que hasta entonces seguía la estructura de las postas virreinales. Este no fue un acto menor; era una declaración de soberanía sobre el sistema de postas. El gobierno criollo entendía que controlar las comunicaciones era esencial para consolidar su poder, garantizar la fiabilidad de los mensajes oficiales y evitar la interferencia de los realistas o de intereses particulares.

A partir de ese momento, el correo se integró plenamente al proyecto de construcción nacional. Se intentó invertir más en postas, mejorar los caminos principales (los llamados “Caminos Reales”) y establecer rutas postales más regulares y seguras. Aunque la lentitud y las dificultades persistieron durante décadas, el servicio postal se profesionalizó gradualmente, convirtiéndose en un símbolo tangible de la presencia del Estado en el territorio.

Los Caminos: Cicatrices en la Tierra que Desafiaban al Sistema

Hablar de “caminos” en 1810 es usar una palabra generosa. La mayoría eran simples huellas de tierra, polvorientas en verano y convertidas en lodazales intransitables con las lluvias, lo que ponía a prueba la eficiencia del sistema de postas en 1810. Cruzar un río significaba buscar un vado o esperar a que bajara la corriente, ya que los puentes eran escasos y precarios. Atravesar sierras o zonas montañosas era una proeza. Los viajes eran una lucha constante contra la naturaleza.

Por eso, la planificación de cada tramo era crucial. Los postillones no solo eran jinetes, sino también baqueanos que conocían los atajos, los peligros, los puntos de agua y cómo reaccionar ante imprevistos, desde una tormenta súbita hasta el encuentro con animales salvajes o grupos indígenas hostiles en ciertas fronteras. A veces, para evitar el calor abrasador del día o el riesgo de bandidos, se optaba por viajar bajo la luna, añadiendo un grado más de dificultad y tensión al recorrido.

Un Oficio para Valientes y Leales: Ser Correo en 1810

Ser correo dentro del sistema de postas en 1810 era una tarea ardua y peligrosa. Requería una destreza excepcional como jinete, una salud de hierro para soportar jornadas extenuantes bajo el sol o la lluvia, y una enorme resistencia física y mental para sobrellevar el frío, el calor, el hambre y la soledad de los largos trayectos. Muchos viajaban armados, no solo para protegerse a sí mismos, sino también la valiosa correspondencia que transportaban.

No cualquiera podía ser portador de mensajes confidenciales. Se elegía a personas de probada confianza y lealtad, ya fuera al gobierno, al ejército o a la casa comercial que contratara sus servicios. El riesgo de intercepción era real, especialmente relevante con el correo en la Revolución de Mayo. En tiempos de guerra, los correos tenían órdenes estrictas: si eran capturados por el enemigo, debían destruir las cartas –quemarlas o tragárselas si era necesario– para evitar que la información cayera en manos adversarias. Su lema implícito era: la misión por encima de todo.

El Legado Imborrable del Sistema de Postas en 1810

Hoy, en la era de la comunicación instantánea global, nos cuesta dimensionar la realidad de hace más de dos siglos. Pero aquel rudimentario sistema de postas en 1810 fue mucho más que un simple método de envío de cartas. Fue el primer intento serio de tejer una red de comunicación a escala nacional, la infraestructura básica sobre la cual se construiría la Argentina. Gracias a esos jinetes incansables y a esos humildes parajes herederos de las postas virreinales, las provincias dispersas pudieron enterarse de lo que ocurría en el centro del poder, la chispa de la revolución pudo prender en distintos puntos del territorio y, con el tiempo, se forjó un sentido de pertenencia común.

Muchas localidades del interior argentino deben su origen a una antigua posta que ofrecía refugio y descanso en el camino. Algunos de esos edificios históricos, testigos silenciosos de aquellos tiempos heroicos, aún se mantienen en pie. Son monumentos a una época donde la comunicación era una hazaña y cada mensaje entregado, una pequeña victoria en la construcción de un país. Nos recuerdan cómo, a lomo de caballo y con enorme sacrificio, a través del vital sistema de postas en 1810, empezamos a conectarnos y a imaginarnos como una nación.

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